Como homenaje a todos esos Maestros que nos iluminan la existencia; en esta nota invitamos a disfrutar de Dora Zarlenga; mujer sensible, docente de raza, ejemplo de servicio… una Ciudadana Ilustre de Morón que mejora el mundo tras su paso.
Dora Morán de Zarlenga nació en Lincoln el 15 de junio de 1922. Casada con Celso Zarlenga, –excelente persona que supo ocupar un cargo importante en el distrito– es madre de cinco hijos varones, abuela orgullosa de diez nietos y suegra querendona de sus nueras.
Docente recibida en su ciudad natal, a los 17 ya ejercía en una escuelita en General Pinto; de esas que se construían en las estancias y donde la maestra no sólo enseñaba a leer y a escribir, sino que era muy respetada como guía en el hogar de los chiquitos.
“Con Celso éramos vecinos en Pinto, nos casamos en 1945 y nos mudamos a Morón. Enseguida nos vinimos a Castelar ‘mi patria chica’, adonde sigo viviendo. Cuando me trasladaron a una escuela de Las Heras mi esposo acompañó mi deseo de seguir la vocación y hasta allí viajaba cada día, haciéndome cargo de primero inferior. Entonces descubrí que ser maestra de ese grado, en una época donde no había jardín de infantes; era una experiencia que le deseo a todos los docentes. El chico llegaba tan limpio de todo el conocimiento externo a su hogar que era tuya la responsabilidad infinita de lo que sembraras ahí… floreciera.
Aunque cada fin de año fantaseaba con pasar a otro grado, durante diez años celebré el volver a recibir a los nuevitos. Recién en cada agosto sentía la tranquilidad de haber cumplido con mi tarea; porque antes siempre pensaba que estaba fracasando, pero después de las vacaciones de invierno ellos empezaban a escribir… y yo a dormir”.
En 1952 la nombraron maestra de grado a cargo de dirección y fue convocada para formar la escuela 12 en el barrio Parque San Martín de Merlo. “Yo digo que he recibido muchos premios en mi vida, pero en el camino de la docencia ese fue el Gran Premio. Aquel era un terreno lleno de cardos donde ya habían hecho dos inauguraciones pero no existía nada.
Comenzamos dando clases en un club en el que cada lunes con la gente de cooperadora, los vecinos y los queridos maestros que llegaban bien temprano, ubicábamos los bancos y dividíamos el espacio con biombos de tela y bolsa para recibir a los alumnos y los viernes sacábamos todo para que funcionara el club.
Gestionando y gestionando –yo estaba embarazada de mi cuarto hijo–, se empezaron a construir once aulas prefabricadas, después hicieron las de material y toda esa experiencia de ver nacer una escuela fue un lujo para mi Alma.
Un día de llovizna todos los chiquitos formaron alrededor del mástil, que era de palmera pero a mí me parecía de oro, y entró un grupito portando una bandera nueva que esa comunidad de corazón gigante había donado –la seño Dora aún lagrimea al evocarlo–. Para mí, que la bandera argentina ha sido la meta de mi vida cívica y todos los días del año uso escarapela, aquella era tan grande que parecía cobijarnos a todos…
Los chicos le eligieron el nombre (Almirante Brown) y se inauguró el mismo día que la televisión. Fue un gran momento histórico! Asistían seiscientos alumnos en dos turnos. Como contaba con una arboleda preciosa se me ocurrió hacer un aula al aire libre, donde se daban clases en contacto con la naturaleza. Allí llegué a ser directora. Fue una experiencia grandiosa”.
Lo cotidiano se vuelve mágico…
Cuando sintió que sus hijos necesitaban a la mamá más cerquita entró como vicedirectora enla EscuelaNº 7 de Castelar donde cinco años más tarde ya era la directora. Había 42 grados, 3 turnos, mil y pico de alumnos. “Era tremenda la cantidad de chicos pero teníamos un personal docente de excelencia. Nunca dividí un grado; cuando una maestra faltaba yo me ocupaba de dictar sus clases.
En esa época a los nenes de primero inferior se les hacía la revisación médica obligatoria y descubrimos que había casos de desnutrición. Asesorados por el Dr. Mendizábal empezamos a preparar un sándwich nutritivo que les dábamos a esos chiquitos durante el recreo con un vaso de leche. Así nació el Primer Comedor del distrito de Morón.
En esa escuela también armamos un Consultorio con atención médica y remedios gratuitos una vez por semana para los alumnitos sin obra social. Hasta se consiguió un aparato para que los doctores –que trabajaban ad honorem– pudieran ver las radiografías que se sacaban en el Hospital de Morón.
Tenía 47 años cuando me enfermé del corazón y tuve que jubilarme. Por un tiempo largo sentí que me habían quitado la escuela; no podía pasar por la puerta”.
Amor en Acción
“Durante el brote de polio del56, miesposo junto a otros vecinos habían fundado ARENIL (Asociación parala Rehabilitacióndel Niño Lisiado). Al jubilarme y luego de recuperarme de las internaciones en terapia intensiva y unidad coronaria, empecé a ser voluntaria de ese centro de salud; desde el 68 hasta el82”.
Cuando el Hospital de Morón se preparó para recibir a los heridos dela Guerrade Malvinas, desde el CIVHA (Coordinación Institucional de Voluntarios Hospitalarios dela Argentina) convocaron a las voluntarias de ARENIL para colaborar. Allí fue Dorita junto a un grupo de cinco mujeres y se quedó hasta el 2007.
Cuenta que en esa institución los médicos y los pacientes transmiten una forma de vida con otros objetivos porque allí se vivencia cotidianamente la importancia de curar, enseñar, acompañar, proteger, cuidar, ser familia…
Desde el 93 fue reelegida en cuatro períodos como jefa hasta que se puso firme en su decisión de no seguir en ese cargo, aunque permaneció hasta su retiro trabajando todos los días como voluntaria rasa. El año pasado tuvo que dejar de ir por recomendación de su neumonóloga pero sigue siendo la conexión entre el exterior y el interior de su amado hospital.
“Quiero que quede muy claro algo –pide nuestra entrevistada– Nada en la vida se hace a solas. En cada uno de los lugares que estuve todo se logró sumando el tiempo, la voluntad y el Amor de cada una de las personas que se pusieron al servicio de las causas valiosas”.
Gracias querida Dorita; MAESTRA DE LA VIDA!!!
Gestos Sagrados
Dentro del hospital las voluntarias tienen la función de estar cerca del paciente para ayudarlo a solucionar los problemas que estén a su alcance. Entre tanta gente a la que Dora acompañó en su servicio, recuerda especialmente dos anécdotas.
“Venía un señor mayor que tenía un bulto en la cabeza. Él era tan habitué en las consultas que al verlo yo directamente le sacaba la gorra, le observaba su bultito, le preguntaba cómo le iba; esas cosita que le transmitieran un cariñito. Un día de semana santa observé que este señor, mientras esperaba su turno en la cola que hacían los pacientes, revolvía dentro de una bolsita llena de papeles. En un momento me tocó el hombro y extendiendo sus manos me ofreció un paquetito diciéndome: “Señora, le traje este regalo.
Nosotras no aceptábamos regalos pero no podía despreciar ese gesto así que lo tomé y lo abrí suponiendo que sería un huevito de pascua. Pero el tesoro era una pera muy muy madura, que le agradecí con un abrazo y un beso y la guardé. Cuando llegué a mi casa estaba tan movilizada que desenvolví la pera… y comulgué con ella. Sentí que tomaba la hostia de Dios”.
Las voluntarias dentro del hospital no pueden manifestar preferencias políticas ni religiosas, sólo se disponen a facilitar lo que el paciente solicite, y Dorita así lo hizo una vez más.
“La hija de una señora que atravesaba sus últimos instantes de vida estaba desesperada porque no lograba comunicarse con su mamá de ningún modo. Yo me acerqué a la viejita, le tomé la mano, la acaricié, le empecé a hablar y ella, tal vez porque el color rosa de mi guardapolvo le llamó la atención, esbozó débilmente que quería un sacerdote. Le prometí que no me iría hasta que le pudiera cumplir ese deseo. El sacerdote estuvo con la señora al mediodía… y a la noche falleció”.
Estos recuerdos hablan de la esencia de una mujer que sabe tocar cada una de las cuerdas para aliviar el dolor de los otros con la melodía de su amor infinito.
Mensaje a los maestros y a los padres de hoy
“A los docentes –quienes en la actualidad se encuentran con alumnos que saben de informática, de globalización; que manejan la computadora mejor que ellos–, les diría que estén consustanciados con la época pero sin olvidar al niño de ayer.
La persona se va nutriendo con lo que lo rodea desde que nace. La mamá, el papá, los hermanitos, la ruedita, la tapita, la compu, la tele, el teléfono, los pájaros… van apareciendo en la vida del pequeño y hay que ayudar a que todo esto ingrese en su universo para enriquecerlo interiormente.
Si el maestro ama y se compromete con su tarea se transforma en un modelo natural de sus alumnos a los que no sólo instruye, sino que forma como Seres humanos con Valores.
A los papás y mamás les diría con todo mi cariño que retomen y contagien la actitud de respeto por el maestro. El docente puede equivocarse y es tarea de los padres encontrar el espacio de comunicación para charlarlo entre adultos, pero sin otorgarle al niño un rol de “poder” que no le corresponde y lo confunde.
Y también les sugeriría atender el tema de los límites. Yo comprendo que hoy es muy difícil acompañar permanentemente a los hijos por las múltiples exigencias que comprometen los tiempos de sus padres, pero –sin atreverme a abrir juicio alguno por mi profundo amor al docente y al hogar– siento que algo está fallando… hay que inventarse el tiempo de encuentro.
El ciudadano del mañana será el niño que resulte de la Familia y la Escuela de hoy”.
Entrevista realizada por Pedro Lorenzo Hernández.
Redacción: Gabriela Losavio.