Hace un par de días venía yo caminando feliz después de haber ido a la librería, cargando mi nuevo bloc enorme de hojas para pintar y unos colores de acrílico increíbles, cuando me crucé con dos viejitas y no pude evitar escuchar parte de lo que venían diciendo. Por favor, no me malinterpreten. Uso la palabra ‘viejitas’ con todo el cariño, la ternura y el respeto posibles, no es nada despectivo. Simplemente creo que decirles ‘señoras mayores’, ‘mujeres con años’ o incluso ‘ancianas’ suena mucho más aparatoso y bastante irreal.
Escuchar ese pequeño fragmento de conversación fue bastante chocante, o será que justo escuché la peor parte. Los ubico en el contexto para que entiendan mejor: íbamos por la calle Carlos Casares, y nos cruzamos justo al pasar por el paredón de la escuela Mahatma Gandhi. Ese espacio como tantas paredes del barrio, ha sufrido el abuso de un par de aerosoles que dejaron algunas inscripciones. Pero no de las lindas y coloridas como las de la Placita del Vagón, sino los típicos manchones que casi siempre dicen un nombre escrito bastante desprolijo y no merecen ser llamados graffittis (un arte complejísimo que surgió como un método de protesta y conlleva un significado mucho más profundo de lo que parece). Las dos señoras pasaron delante del paredón en el mismo momento en el que se cruzaban conmigo, mientras una de ellas comentaba textualmente: “Y, así está la juventud… Juventud, divino tesoro.”
Me revolucioné completamente al escuchar esas palabras. Por un momento me sentí contenta al saber que todavía hay gente que recuerda los versos de Rubén Darío. Luego me sentí enojada, pensé darme la vuelta, recitarle el poema entero y pedirle que por favor no usara las obras de este poeta magnífico en vano. Pero ya estaba en la otra cuadra cuando me decidí a hacerlo, las viejitas estaban lejos, yo estaba caminando más rápido -siempre camino rápido cuando me enojo-, y sumando a todo esto pensé que si ellas querían pensar que la juventud está perdida ¡allá ellas! Tienen dos trabajos, enojarse y desenojarse.
Pero cuando llegué a mi casa, un poco más calmada, me di cuenta de que con esto podía hacer algo productivo. El enojo, como me han dicho muchas voces, no sirve a menos que lo utilices para tu propio beneficio. Así que hoy escribo para reivindicar un poco a esta juventud, que puede parecer perdida pero que no lo está tanto. Los reivindico porque me considero parte de ellos, porque soy joven y tengo proyectos, y quiero hacer algo bueno con el tiempo que tengo en este mundo. Porque pienso que generalizar es algo inútil, es como si yo dijera “los políticos son todos corruptos” y me negara a votar en las próximas elecciones. Como si yo, enojada como estoy con las empresas que contaminan el planeta, me pasara la vida despotricando contra “la adultez de hoy en día” ¡que está verdaderamente perdida!. Entonces, les pido un favor señoras viejitas, desde el fondo de mi corazón. Créanme que las comprendo, entiendo que no les guste ver paredes graffitteadas (así como a mi no me gusta ver cada vez más edificios en mi Castelar, y eso es un proyecto de “esta adultez de hoy”…) pero, por favor, no pierdan la fe en la juventud. Somos el único futuro que tienen, y no estamos tan perdidos como parecemos. Confíen un poco en nosotros, ¿si?