Los Campoy; desde el Mercado Los 3 Hermanos acompañan a las Familias Castelarenses desde hace casi medio siglo. En estas líneas nos adentramos en parte de la historia que los convirtió en una opción que se reelige… y se quiere.
Había una vez
José se había iniciado en su oficio trabajando desde que llegó a la argentina –1956– en la finca en General Alvear de unos parientes que cultivaban y comercializaban frutas y verduras. Allí aprendió los primeros secretos y a los 19 años se mudó a Buenos Aires para hacerse cargo de distintos puestos en el mercado de Liniers y el Abasto. Luego se compró su propio puesto en el Richy –un mayorista chico que quedaba en Santa Marina y Vergara de Morón, donde aún se pueden ver los locales– y conoció este Castelar del que no tenía referencias previas y en el que abrieron el primer negocio en San Nicolás y Pedro Goyena junto a sus dos hermanos (Antonio y Serafín) y Maruja, la esposa del mayor.
“Ahí armaba todo como me gustaba a mí, con un entusiasmo bárbaro. Era fines de 1963” recuerda José. Al pasar los meses reconocieron que era mucho pedirle a un solo negocio que solventara a los tres hermanos y frente a la alternativa de emplearse en una portería que les cedía un amigo del papá; partieron Serafín y señora quedando la verdulería a cargo de los dos solteros.
Corría el año 1966 cuando Edy y José, ambos oriundos de Andalucía, unieron sus destinos conociéndose y casándose en Mendoza; y con las valijas llenitas de sueños tras la luna de miel se instalaron en aquella esquina de nuestro barrio junto a Antonio. Entre los tres se arreglaron como sólo el deseo de salir adelante y la voluntad disponible pueden lograrlo, conviviendo en un espacio que armaron dividiendo en dos el local alquilado: de acá para allá la verdulería y frutería Tres Hermanos; de allá para acá… la casita de los Campoy.
“Una pared de cartón prensado dividía la cocina del dormitorio. El bañito estaba en el fondo y ahí se terminaban las comodidades” recuerdan con orgullo los protagonistas de esta historia parecida a la de tantos inmigrantes que engrandecieron nuestra patria con esfuerzo y tan única como cada paso que supieron dar para construir sus destinos de Buena Gente.
El cliente no es un número que entra para dejar su dinero y retirarse. Es un ser al que agradecemos que nos da de comer cada día y a quien cuidamos desde la conciencia de que dependemos de él.”
“El día que nos casamos con Edy en San Rafael, mi hermano Antonio no pudo viajar para estar con nosotros. Eran esos tiempos donde todo dependía exclusivamente del trabajo personal y el negocio no se podía cerrar…” En el 67 nació Robertito (sí; el mismo que en la actualidad despliega su amabilidad con cada cliente que los visita y tarda más de la cuenta en sus recorridos por la zona porque todo el mundo lo conoce desde que era así de chiquitito y lo saluda con cariño).
Guiados por el deseo de progresar abrieron otro local en Avellaneda entre Montes de Oca y Arias. Estaba adentro de una especie de galería que en los últimos años tenía aspecto de abandonada pero antaño supo ser un lugar concurrido.
Más adelante inauguraron otro negocio en Morón, en Santa Fe y Belgrano, donde ahora hay una tapicería; y en 1969 lograron comprar la propiedad con local y casa de Pedro Goyena 2650, donde se encuentra el mercado desde entonces. “Ese fue un paso gigantesco en nuestras vidas. Imaginate que de la esquinita donde compartíamos comercio y vivienda en pocos metros, pasamos a un local con casa aparte y terreno largo. Había que arreglarla bastante, mi pieza no tenía ventana por ejemplo –describe Roberto–; pero para nosotros era un palacio!”.
Para esa época unieron todas las fuerzas en dicho negocio al que volvió Antonio tras cerrar el de Morón y lo fueron modificando al ritmo de las ganas de ofrecer mayor servicio y comodidad para los clientes. Se agrandó, se hicieron cámaras y en el año 1975 inauguraron la ampliación que incluyó un almacén bien surtido.
Recuerdan con dolor que Serafín había fallecido muy joven pero su presencia quedó para siempre en el alma de su familia que le rindió un afectuoso homenaje manteniendo a los Tres Hermanos unidos en el nombre que los caracteriza.
La Historia Continúa
A medida que se potenciaba el emprendimiento comercial la familia de Edy y José fue transformándose en numerosa entre el 69 y el 81 cuando nacieron
Alfredo; Pablo y la nena Silvina. “Todos pasaron por el negocio –explica papá José. No tanto para que ayudaran, sino para que aprendieran”. Los cuatro eligieron los senderos por los que querían avanzar y fueron apoyados por sus padres: Roberto estudió la carrera militar, Alfredo se dedicó al campo, Pablo siguió su vocación culinaria convirtiéndose en un chef reconocidísimo en su ámbito y Silvina se recibió de maestra jardinera primero y luego se especializó en Maternal. Por su parte, el tío Antonio (para Roberto “como un hermano más” con quien siempre vivieron juntos) decidió dejar el negocio para irse a vivir al campo con su pareja. Cuando en el año 1999
compraron el local pegadito al que tenían, Roberto (junto a su esposa Raquel quien se ocupa de lo administrativo), decidió que se dedicaría por completo a darle forma al sueño de armar un hermoso supermercado –definición textual que pinta el amor por lo que hace–; y renunció a su carrera militar. Según su madre “la organización, prolijidad para el manejo de todo y el compromiso con sus obligaciones se lo dio la formación que recibió”. El 19 de Marzo del 2007 abrieron el local donde funciona el mercado actualmente (ver apartado).
Lo que marca la Diferencia
Hay algo en Tres Hermanos que no es fácil definir y los hace especiales. Eso que logra la fideli- dad de los clientes que se mudan lejos y sin embargo les siguen comprando a ellos cada semana; eso que impulsa el llamado de la señora Siampi que vive en el exterior y de visita al país les encarga sus exquisiteces porque hace añares las probó y es uno de los placeres que no quiere perderse.
Ese algo resultante de la suma de detalles que los muestra disponibles y afectuosos. Son los gestos cotidianos de los que hicieron una marca registrada y no decaen aunque incorporen sistemas de computación y circuitos cerrados de seguridad, se modernicen a ritmo sostenido y ofrezcan delivery. El saberse el nombre de cada vecino y preguntar por la salud de los que no ven hacen un rato; el regalito para las mamás en su día; la libreta disponible para los clientes de toda la vida…
No hay una fórmula marketinera para decodificar ese algo. Aunque una pista quizás sea el equilibrio que supieron conseguir entre darle bienvenidas a lo nuevo; la confianza que inspiran y el valor atesorado entre los Campoy y sus clientes como consecuencia de tantas buenas y malas compartidas.
Seguir creciendo
Casi por casualidad un día apareció la alternativa de comprar el negocio lindante con el que ya tenían. Así lo hicieron y desde entonces fueron madurando muchas ideas que se convirtieron en realidad y otras, sobre las que se encuentran trabajando a toda marcha, y con las que nos seguirán sorprendiendo durante el 2011.
“Redefiniremos los espacios para que haya mayor comodidad para circular. Tendremos una carnicería-granja-boutique súper que incluirá opciones de autoservicio para el que anda apurado y una verdulería con los productos expuestos en heladeras especiales para mantenerlos frescos permanentemente y permitir que duren más, además de lucirse como corresponde.
Reformaremos la fiambrería, agregaremos módulos en madera y muchos detalles para agasajar a la clientela. Queremos hacer algo muy lindo para Castelar. Y por supuesto seguiremos con nuestra atención personalizada y las ricas comidas caseras listas para servir que se elaboran en la zona de rotisería (menúes fijos; los típicos para las fiestas patrias y también a pedido sin sal por ejemplo); los lechones, matambres y otras delicias supervisadas por José en el horno de ladrillo y barro; y las picadas que arma Alberto, el empleado que nos acompaña desde hace cuatro décadas”, sintetizan los Campoy que desde que se iniciaron en su tarea, no pasaron más de tres años sin ofrecer modificaciones dirigidas a complacer las preferencias de sus clientes quienes por algo los prefieren desde hace 48 años.