Cuando un comercio es referencia de Calidad –desde el producto ofrecido a la atención cuidadosa de procesos y clientes-, deja de ser sólo un éxito para sus dueños; comienza a formar parte del “orgullo del barrio”. Maxipasta es un ejemplo de esta idea y por eso sus Bodas de Plata tienen algo de cumpleaños familiar que celebramos desde estas páginas.
“Era el feriado del 1º de Mayo de 1986 cuando Víctor, Maxi –en su corralito de bebé– y yo, estábamos trabajando a toda marcha para poder abrir al público al día siguiente. Un señor corrió la cortina de tiritas de plástico y nos rogó que le vendié- ramos medio kilo de ñoquis. Él fue nuestro primer cliente… y sigue viniendo.”
Así comienza el relato Claudia; esta mujer de ojos tan bellos como la historia de amor y esfuerzo que hilvana.
Estamos en el otoño del 2011 y aquel pequeño que inspiró el nombre del proyecto hoy es uno de los responsables de que la obra “de los viejos” siga creciendo como ellos la soñaron.
En Maxipasta compran clientes de aquí a la vueltita y también quienes llegan desde capital, zona norte, Palermo… “Hay gente que se lo lleva a Pinamar, a Córdoba ¡y al exterior! No tenemos idea de cómo lo logran pero lo hacen!”, cuentan asombrados madre e hijo.
“Los de Maxi” son los culpables de esa especie de ritual dominguero que ocurre en las veredas de Alem y Zapiola. Gente que mientras espera un rato largo lee el diario, charla, pide que le guarden el turno mientras van a comprar el pan… Hay un clima especial en ese encuentro; no es como la cola del banco, es otra cosa. “Nos emociona esa costumbre del barrio y también saber que muchos clientes nuevos son hijos de los primeros “fanáticos” que nos reeligen continuando con una tradición transmitida por sus padres. Esto es fuerte sentirlo, tiene mucho valor y nos llena de Alegría”, expresa Maxi desde el agradecimiento hacia sus clientes reiterado varias veces a lo largo de la entrevista.
El origen
Los padres de Víctor tenían fábrica de pastas en Haedo. Él aprendió desde niño los secretos del oficio y luego de algunas vueltas de la vida, casi recibido de Ingeniero Industrial y ya casado y papá, decidió abrir su propio negocio. Con ayuda de sus suegros compraron unas máquinas usadas y alquilaron el local de Alem 1877. Tuvieron que pelearla duramente ya que, una vez instalados se enteraron de que justo allí, antes había otra fábrica de pastas a la que no le había ido bien.
Sin resto económico para hacer publicidad, dos chicos y el abuelo siempre listo repartieron volantitos casa por casa contando sobre la apertura “con nuevos dueños”.
Cuando en Octubre nació Pablo (hoy 24 años, a punto de terminar la licenciatura en Administración de Empresas), mamá Claudia se empezó a quedar más tiempo en casa, entonces contrataron al primer empleado. Al llegar la nena Agostina (16 años, cursa la secundaria), fue Maxi quien se sumó a acompañar más seguido a su papá en el negocio.
Desde el principio mostraron la voluntad solidaria como parte de su estilo; tenían una cartelera enorme disponible a todos los avisos donde los vecinos ofrecían sus oficios y comunicaban necesidades.
La Calidad se entrena
“Mamá pone mucho hincapié en la importancia del respeto hacia el cliente. Ella inculca desde su ejemplo que la amabilidad, el esmero en el manejo de la mercadería, el aseo personal y cada detalle del buen trato son engranaje imprescindibles para que la máquina funcione”, explica el hijo mayor con admiración.
“A cada empleado se lo entrena a conciencia en el concepto de que aquí no vendemos pastas; acá ofrecemos una experiencia que trasciende la mercadería que se llevan. Es esa experiencia integral la que los invita a volver”, profundiza Gustavo, un consultor externo que los acompaña desde hace cuatro años.
El Futuro
Aunque reconoce que de niño “me obligaban a venir” y que al fallecer su padre hace ocho años llegó a odiar la fábrica, en la actualidad Maxi se ocupa de la caja, supervisa las compras y está atento a todo lo que el negocio demande. Pablo por ahora está abocado a terminar su carrera pero también da una mano cuando se lo requiere y Agostina se lleva maravillosamente bien con la empresa familiar a la que maneja fluidamente. La idea es que el día de mañana los tres pichones retomen muchos proyectos que Víctor tenía en desarrollo. “Él siempre soñó con ampliarse. Empezamos en el local chiquito, cuando pudimos compramos el de al lado que es donde estamos ahora e imaginó todo lo que hoy tenemos y muchísimas cosas más” relata Claudia emocionada sabiendo que ya llegará el tiempo en el que sus hijos estén preparados y elijan dar los próximos pasos imprimiéndoles su joven impronta.
Para el 2 de mayo vamos a hacer algo especial. Queremos agradecer a nuestros clientes la fidelidad que hizo posible nuestros logros. Y a nuestros diecisiete empleados por el esfuerzo que realizan cada día para llevar adelante la tarea.”
“Observando los veinticinco años transcurridos es muy interesante cómo se fueron dando las cosas –reflexiona Gustavo–. El modo muy acertado en el que la familia consiguió organizarse para respetar el espacio que generó Víctor mientras asientan las bases para continuarlo. Tienen mentalidad y estructura para poder seguir creciendo; sólo hay que aguardar el momento indicado. Es notable la fortaleza de una cultura del trabajo que permanece y se retransmite. Ojalá que esto pueda trascender a los nietos de Víctor y Claudia. Aquí está instalada la pertenencia; no sólo entre la familia, sino también entre los empleados y la comunidad”.
¡Muchas felicidades y lo mejor para los próximos veinticinco años entonces!
Recibir para Dar…
Sonia es una vecina nacida en Misiones que una vez por mes vuelve a su provincia llevando a las escuelas carenciadas distintos objetos (ropa, libros, computadoras, artículos de librería, alimentos no perecederos, juguetes y golosinas para el día del niño); que la comunidad de Castelar acerca al local de Maxipasta.
Por eso en las paredes del local–entre muchos cuadritos firmados por grupos y hogares de la zona que les agradecen su permanente colaboración– está nlas fotos que documentan la acción solidaria como un hecho real.“ Las cosas llegan donde tiene nque llegar”, resume Claudia.
Y el amor de aquellos niños del norte bendice el local desde los animalitos hechos en madera que adornan la caja y se multiplica en los dibujitos o en una vasija gigante realizada con la técnica de origami que les enviaron los presos de una cárcel que también recibió lo que los castelarenses les donaron.