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Con la intención de iluminar un breve instante

Rodrigo Manigot, cantante de Ella es tan cargosa, vecino de Castelar.

La charla recorre la ciudad y los días, viaja al pasado y se perfuma de nostalgia. Personajes, recuerdos y relatos se suben al furgón con rumbo inequívoco.

Rodrigo baja del colectivo en el sur de Castelar; advierte a la fotógrafa y al escribiente y troca el lugar de la cita. No será en su casa pero casi, Timbúes 2309 donde los Corvi.

Encontrarlo no está reñido con el azar. Por las calles, en el copetín del andén –café en mano–, en Tarzán; ahí supo leer, reír, cantar y –acaso– macerar algún sueño.

“Abrí los ojos y estaba en Castelar” sentencia ahora el vecino con vicios de cantante y añade un deseo “así como relacionan a Argentina con Maradona, me gustaría que algún día digan Castelar, Ella es tan cargosa”.

Me gusta que la gente que no nos conoce personalmente asocie las canciones al lugar donde nos movemos pero es espontáneo y eso le da más valor”.

Su obra no regatea motivos para que eso suceda “porque me tocó vivir, crecer, ser feliz y pasar muchas cosas hermosas acá por eso estoy atado a esta ciudad. Uno respira, y a la vez exuda, lo que es y de donde es sin necesidad de que eso se convierta en una trinchera” aclara.

Este Castelar, el de los edificios que matan a las casas, no perdió la belleza según Rodrigo. “Lo veo lindo y no padezco el quilombo del progreso –quizá– por una cuestión de egoísmo porque del lado sur no hay tanto; la casa de mis viejos, la que era de mi abuela, la Escuela 75 siguen siendo las mismas”.

Algo ha cambiando sin dudas, pero destaca que “los símbolos que me atan a Castelar no han sido modificados: la estación de trenes, Noi, Tarzán” e insiste “no me cambiaron los puntos cardinales”.

Conserva la emoción de caminar por determinados recovecos de su barrio y sus trenes todavía llegan a Castelar solamente.

Ella es tan cargosa se cocinó en Ituzaingó hasta recalar en Castelar. Su cantante precisa que “empezamos a ensayar en la pizzería del Tano (Ildo Baccega, guitarrista), un reducto que podrían haber clausurado, y luego mi abuela nos prestó una habitación de su casa”.

Cuando le dije a mi abuela que mudábamos la sala de ensayo nos pidió por favor que no nos fuéramos; pese a padecer el volumen alto nos tenía mucho amor”.

A la sombra de un plátano en la calle Arias, la banda ensayó sueños y tejió canciones mientras garabateaba su historia. Su público comenzó a forjarse en un bar a una cuadra de allí, en la esquina de Arias y España.

“La memoria de las casocieanciones están vinculadas a Deeper, una esquina a la que le guardo mucho cariño; creo que ahí y en Tarzán aparece el verdadero seguidor cargoso”, al que Rodrigo reconoce variopinto.

El capítulo de Tarzán tiene ribetes que para el protagonista no pasan desapercibidos “en la época en que no tenía guita, porque tardaba 40 días en cobrar, me fiaban; inclusive Carlitos –su dueño– me daba plata para ir y volver del centro”.

Además fue sede de su celebrado primer video (Ni siquiera entre tus brazos) del que brotan paisajes del pago.

Las tardes de fulbito se gastaban en el club Mariano Moreno y aún paladea aquellos días cuando el sol brillaba sin preguntar. “Lo recuerdo como los años más hermosos; el profesor era Daniel Plana, un quijote, un tipo que me educó en la vida”.

Rememora las pedradas recibidas en Villa Estruga tras ganarles 11 – 0 y algún escarceo en el Club Castelar.

Los sucesos, indelebles, se atropellan. “Los sábados a la mañana jugábamos contra la Inmaculada y salíamos de mi casa caminando por Montes de Oca; el olor a vacío que se sentía desde la esquina de la casa de mi abuela los mediodías; el quiosco de Marcelo en Lincoln y Arias, un gran personaje, donde vas a comprar un chocolate y terminas hablando de Borges, Piazzolla o puede recitarte poemas enteros”.

Resalta la calle que acompaña a las vías y rememora la extinta licorería de los Comezaña, donde se conseguían verdaderos tesoros.

La conversa desmadeja pasados, gentes y el otoño nostalgia, que son miguitas del amor. El boliche se guarda otro relato de una voz que el resulta familiar.

Me parece muy honroso haber hecho entre todos (la banda) un proyecto comunitario, me gusta que el esfuerzo grupal no haya generado asimetría sino paridad”.

Se va haciendo tarde, Rodrigo cruza el túnel rumbo a su casa, donde el cantante –cuando se va adormir– escucha a los trenes que le soplan canciones.

 

–Fotografía: Carina Felice

Manigot Básico

Rodrigo, castelarense; hizo la primaria en la Escuela Nº 75 Adolfo Alsina de Castelar y la secundaria en el Dorrego de Morón.

Periodista y guionista; escribió el guión del filme El día que mataron al Che Guevara (2004) junto a Santiago Varela, quien fuera libretista de Tato Bores.

Dejó el periodismo por la música. Integró junto a sus hermanos La Banda de los corazones solitarios -que tocaba en el programa de Badía, Una buena idea- y Los Mareados, siempre como cantante.

Desde hace una década es la voz de Ella es tan cargosa -también con su hermano Mariano, guitarrista y segunda voz-  y editaron dos discos: Ella es tan cargosa (2007) y Botella al mar (2009); actualmente trabajan en el tercero.

Propenso a la literatura, al cine y a los bares; sus letras acunan todo eso y un mucho más.