Corría el año 1992 cuando Betty abrió por primera vez las puertas de Family en el local de Avellaneda 988 casi Montes de Oca. Ella –que había vivido en Villa Urquiza, casada se vino a Castelar y al separarse regresó a la capital–; de pronto sintió que era en este paraíso del oeste donde quería establecer su futuro y hacia aquí viró el timón de su historia.
Cuenta la leyenda que a los treinta y pico; siendo mamá de Mariela de 14 y Martín de 16 años; mientras trabajaba como empleada en un laboratorio en Chacarita; se dio cuenta que no le gustaba imaginarse en su madurez como jubilada de un proyecto ajeno. Fue entonces cuando empezó a planificar su independencia. Tras tomar la difícil decisión de avanzar hacia su emprendimiento personal; renunció, vendió un departamentito, alquiló otro, invirtió todo lo que tenía en equipar el negocio y arrancó.
Sin gustarle cocinar ni conocer el rubro; con mil temores y una timidez importante, Betty comenzó ofreciendo viandas congeladas y por pedido de los clientes, rápidamente incorporó las comidas caseras que se convirtieron en su marca registrada. Tras años de esfuerzo permanente y la ayuda de personas como la cocinera Mary que supieron apuntalarla en lo comercial y contenerla anímicamente; el sueño del negocio propio se convirtió en la realidad con la que Betty logró salir adelante. Se endeudó mucho; sacó una hipoteca que tardó doce años en cancelar pero con todo pudo mantener a su familia y siente que Dios la iluminó.
Cosecharás tu siembra
Parte del derecho de piso que tuvo que pagar fue que “a las tres semanas de abrir el negocio cortaron la calle para poner las cloacas”, por ejemplo; situación que le complicó mucho las cuentas. ¿Otra? Betty se rompió una pierna y estuvo cuatro meses sin poder moverse. Era el tiempo en que sus hijos estudiaban y la ayudaban según sus posibilidades (Martín medio día porque iba a la facu); y frente al accidente Mariela se hizo cargo full time. Al regresar su mamá, la joven se fue a trabajar a la capital donde aprendió muchos secretos del rubro. Esos mismos que desde hace siete años; cuando definió “formar parte” con mayor compromiso, aplica en el comercio familiar claramente enriquecido con el aporte de su mirada fresca.
El trabajo no es solo generar dinero; es intercambio humano. Lo que más me gusta de este negocio es el trato con la gente; el afecto, la buena onda que recibo para mí valen más que todas las empanadas que puedan comprarme”
Entre lo transcurrido también está el local al que tuvieron que mudarse cuando se vendió el que alquilaban. “Cruzaron la calle” (Avellaneda 929) más cerquita de Arias, y lo reciclaron íntegro para sacarlo del abandono que lucía. Y el negocio actual (misma vereda pero en el 987) ese que Betty imaginaba suyo y, aunque parecía un delirio – “yo me quedaba mirándolo mientras lo construía y lo sentía para nosotros” rememora– logró sumarlo a su lista de haberes. Como lo son sus hijos adorados; su amadísimo nieto Joaquín; y su agradecimiento permanente.
A los clientes que conoce desde que eran pequeños y hoy piden las mismas comidas para compartir con sus propios retoños (al mencionarlo se le llenan los bellos ojos de lágrimas…); a los nuevitos; a todo el equipo de valiosas personas que llevan adelante Family y a la vida misma que le mostró el camino para animarse.
Un ejemplo esta Señora. En ella y su preciosa hija también vaya el Homenaje de Castelar Sensible a las Mamás que nos inspiran día a día.